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By Luis Felipe Bate
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Silencio! Quiero decirles algo. No son ya estudiantes de esta escuela. No son ya nuestros estudiantes; no los tenemos bajo nuestra responsabilidad. Estan expillsados del Louisi le-Grand. Volverán a la casa de sus padres, todos ustedes. jSilencio! Repito. . Los gritos histéricos cesaron y hubo silencio. Nadie trató de repetir el grito; algo diferente debía seguir ahora. Aiiii cuando debieran abandonar la escuela, no serían vencidos. Esperaban que alguien asumiera el liderazgo, que alguien inostrara la fuerza que aquel día habían descubierto en sí mismos.
Por qué no pensó: "Hoy combatiremos a la tiranía en el Louis-le-Grand"? Para ellos, era un recién llegado desconocido en el que no cabía tener confianza. A él no se le había asignado ninguna tarea peligrosa. a clase haría: romper libros, arrojarlos al fuego y apalear al celador. El pensar en ello lo horrorizó. El pensamiento de arrojar grandes diccionarios a los rostros de gente grande lo hizo estremecer. Deseaba que nunca llegara ese momento. dQué diría su madre? ¿Entendería? Oyó una campana que sonaba insistentemente.
Un rojo purpúreo se extendió sobre el rostro de Monsieur Berthot, más subido en el cuello donde el rojo contrastaba con el negro de su corbata ajada. Cesó de desabotonar la chaqueta e intentó calmar sus dedos temblorosos haciéndolos tamborilear sobre el escritorio. -¡Les haré ver! jLes haré ver! Con antipatía y vergüenza miró a la figura de cera que esta'ba delante de él, a la que ahora odiaba casi tanto como a sus alumnos. -Su colaboración ha sido valiosa, M. Lavoyer, muy valiosa por cierto. Se la agradezco mucho.