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By Ingrid Betancourt, Maria Mercedes Correa, Mateo Cordona
Encadenada del cuello a un arbol desposeida de toda libertad l. a. de moverse sentarse o pararse hablar o callar los angeles de comer o beber y aun los angeles mas elemental de todas los angeles de aliviarse del cuerpo... Entendi pero me tomo muchos anos hacerlo que uno guarda a pesar de todo l. a. mas valiosa de las libertades los angeles que nadie le puede arrebatar a uno: aquella de decidir quien uno quiere ser. En 2002 Ingrid Betancourt candidata a l. a. presidencia de Colombia fue secuestrada. No hay silencio que no termine es el relato de sus seis anos y medio de cautiverio a manos de las farc. Intimo poor intensamente own este testimonio de su propia aventura no se parece a ningun otro. He aqui un viaje al corazon de las emociones extremas una meditacion sobre los angeles vida sobre l. a. condicion del reprobo y sobre lo que significa ser humano.
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En segundo lugar, lo que habían hecho era infame. Los códigos escritos según los cuales se regían las FARC no les dejaban margen para la duda. Debían, entonces, refugiarse en las zonas grises de lo que ellos llamaban los avatares de la guerra: yo era el enemigo y había intentado escaparme. ]SJ0 HAY SILENCIO QUE NO T E R M I N E 41 El castigo al cual me habían sometido no podía ser considerado como un error que fuera necesario justificar, ni siquiera como una metedura de pata que hubiera que esconder.
53 ]SJ0 HAY SILENCIO QUE NO T E R M I N E do para alternarse en el poder y poner fin a la guerra civil, pero las FARC quedaron excluidas de este acuerdo. Durante la Guerra Fría, este movimiento dejó de ser una organización rural y defensiva y pasó a ser una guerrilla comunista estalinista, cuyo objetivo era tomarse el poder. Las FARC establecieron una jerarquía militar y crearon frentes en diferentes partes del país para atacar al ejército y la policía. En la década de 1980, el gobierno colombiano intentó poner fin a las hostilidades.
Los cerró un segundo, como para dar gracias al cielo, y se acercó con cautela. Con una sonrisa triste, me tendió la mano para ayudarme a salir de mi guarida. Yo no tenía otra alternativa. Obedecí. Fue ella quien me dobló cuidadosamente el plástico y me lo aplanó para que lo volviera a meter dentro de la bota. Asintió con la cabeza. Luego, satisfecha, se dirigió a mí como hablándole a un niño. Sus palabras eran extrañas. N o tenía el discurso propio de los guardias, siempre cuidadosos de no dejarse coger en flagrancia por algún camarada.